miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA BENDICION DE SATAN

Este artículo es recuperado por La Hoja Voladora por su notoria actualidad y la impecable prognosis que evidencia. El análisis del periodista anticipa en los albores de la 2a década infame el saqueo de la propiedad social que acechaba a la sociedad Argentina. Hasta hoy el deterioro nacional no se ha modificado, más bien se ha profundizado en todos los indicadores económicos-sociales, p.ej., verificable en que en lugar de 10 millones de pobres en 1990, dieciocho años después hay 13 millones.

LA BENDICION DE SATAN

Los ferrocarriles constituyen una pieza esencial del programa de privatizaciones de capital financiero internacional en la Argentina. El gobierno menemista, el anterior gobierno radical y la dictadura militar prepararon las condiciones para que la mayoría de la población vea las privatizaciones como una bendición contra la ineficiencia del Estado y los pésimos servicios públicos. Pero la privatización no va a solucionar los problemas planteados, a tal extremo que, en los ferrocarriles, su punto de partida es la suspensión de servicios y, en muchos casos, su costosa e irracional sustitución por el transporte automotor, mientras se desaprovechan las instalaciones existentes.
La mayor parte de la población todavía está convencida de que la privatización mejorará los servicios públicos. En algunos casos no habrá que descartar esa posibilidad, pero hay que preguntarse a qué costo, que estará definido por tarifas más altas para afrontar las inversiones necesarias y, además, asegurar una tasa de rentabilidad al capital privado, si es que el Estado no se ve obligado a subsidiarlo. La experiencia mostrará que, en caso de concretarse, las privatizaciones sólo darán satisfacción a las necesidades del capital privado, que no necesariamente son las de la sociedad, aunque se trata precisamente de la prestación de servicios públicos. Después de todo, la Argentina ya tiene ejemplos de privatizaciones descaradas, como la concesión del servicio eléctrico de Buenos Aires en la década infame, con los buenos oficios de los concejales radicales, y la estatización a precio de oro de parte de esos mismos servicios concretada hace poco más de diez años por José Martinez de Hoz, un as de las privatizaciones. Ni la televisión ni los diarios han refrescado esos recuerdos ilustrativos.
El drama de los ferrocarriles estatales y su mal servicio está en relación directa con la falta de inversiones públicas. En los grandes países del mundo, salvo en Estados Unidos, los ferrocarriles son mayoritariamente estatales, dan un excelente servicio y el Estado realiza grandes inversiones para mantenerlos y transformarlos de acuerdo con las exigencias tecnológicas. Al contrario de lo que se dice por aquí, en Europa y en Japón hay un fuerte impulso al tren, que en su versión de alta velocidad se apresta a convertirse en los años noventa en un serio competidor del transporte aéreo. En la Argentina se quiere hacer creer que los automotores son buenos sustitutos para las grandes distancias, cuando en realidad, originan mayores costos en combustibles y en reparaciones de la red vial, aunque estas últimas generalmente no corren por cuenta de los transportistas. Esta es la diferencia con los ferrocarriles, que parecen más costosos porque sus reparaciones e inversiones no pueden trasladarse a otros. En éste, como en el otro caso, es la sociedad la que lo paga, pero a través del déficit fiscal explícito y no disimulado, como en el caso de los camiones. Claro que no se trata de elegir entre uno u otro medio de transporte sino de complementar a ambos. En los países industrializados, el cálculo económico de la eficiencia ferroviaria incluye la mayor seguridad, la menor contaminación, el uso masivo y la integración territorial, pero en una economía de saqueo esas cosas no se tienen en cuenta. La política ferroviaria se explica por eso.
En realidad, la actual política con los ferrocarriles tiene que ver con la deuda externa y la naturaleza del Estado. En la época de la dictadura militar, el Estado contrajo una deuda imposible de pagar que benefició a un puñado de grupos económicos nacionales y extranjeros que la utilizaron en forma mayoritaria para exportar capitales a costa de la sociedad argentina. El reconocimiento de la deuda convalidó esa situación, pero como el esfuerzo que la deuda originó no se encuentra concretado en ninguna parte (si es que hay que pagar y sufrir tanto por ella, sería interesante que exhiban sus obras), se desencadenó una suerte de reciclajes y postergaciones de pago que fueron acumulando grandes intereses y que agrandaron la deuda externa y su complemento, la deuda interna. El gobierno radical postergó la crisis de pago con los festivales de bonos y los bancos vivieron a su sombra, porque el Estado alimentó su parasitismo pagándole enormes intereses para que no funcionaran. En los últimos tiempos el festival de títulos e inmovilizaciones le costaba al Banco Central el equivalente de 700 millones de dólares mensuales. Si se tomara el cálculo de déficit ferroviario más exagerado y menos serio, se obtendría una cifra parecida, pero por año. Sin embargo, Bernardo Neustadt y toda la prensa del sistema no dejan de mencionar el costo de los ferrocarriles, aunque nadie se acuerda en los más mínimo del costo decuplicado del sistema bancario.
El festival de bonos no se podía “patear para adelante” en forma indefinida. Por eso llegó el momento de la punción de la deuda y de la transferencia de la mayor parte de su costo a los trabajadores y a los pequeños ahorristas. Es cada vez más difícil que el capital ficticio, que acumuló grandes intereses con su parasitismo y contribuyó a hacer de la Argentina un país con 10 millones de pobres, siga viviendo del gasto público. El país no puede pagar la cuenta completa de la deuda -que nadie sabe en qué se contrajo-, ni su reciclaje. Entonces, el capital financiero se apresta a cobrarla de otra manera mientras la reforma financiera le carga el costo al pueblo. Una de esa formas, ya anticipada por Henry Kissinger hace seis años como una gran solución, es la capitalización de la deuda en activos públicos -que al fin y al cabo constituyen una propiedad social-, que serán vendidos a precio de remate y con subsidios. La privatización de los ferrocarriles son parte de esa solución. Por eso Techint y el Citi se disputan el negocio y el gobierno desestima los argumentos acerca de la posible eficiencia operativa que podría alcanzar el sistema ferroviario y de la pérdida que significará para la Argentina desprenderse de ellos en estas condiciones. Después de todo, si la dictadura militar nos vendió la idea de que contratando créditos nos íbamos a hacer ricos y a entrar en la modernidad, y el gobierno radical nos convenció de que la deuda alguna vez se iba a solucionar y que sólo hacía falta “patearla para adelante”, por qué el gobierno menemista y sus aliados liberales no van a tratar de convencernos de que con las privatizaciones esta vez sí entramos en el primer mundo.
Carlos Abalo
Fuente: revista Los Periodistas, N° 13, 9 de febrero de 1990.

POSTEADO POR MIGUEL

ROSA LUXEMBURGO


Originaria de una familia polaca acomodada –doctorada en Leyes y Filosofía-, Rosa Luxemburgo (1870-1919) es una de las figuras más emblemáticas del pensamiento y la acción revolucionarios de la Europa del Siglo XX. Sus valores políticos y su pasión por la felicidad de las masas trabajadoras, inmortalizados en la expresión “Socialismo o barbarie” siguen siendo una luz de guía para los marxistas del mundo entero.
Siendo muy joven, se integró al Partido Social Demócrata Alemán, donde desarrolló importantes labores vinculadas especialmente con la formación y la educación, en particular en lo atinente a las cuestiones económicas. Fue también, colaboradora en su órgano teórico Neue Zeit y en el célebre Vorwaerts. Supo integrar del mismo modo el Comité Central del partido.


Así, alguna vez escribió: “En la historia, el socialismo es el primer movimiento popular que se fija como objetivo, y que a la vez sea encargado por la historia misma, dar a la acción social de los hombres un sentido consciente, introducir en ella un pensamiento metódico y, por lo tanto, una voluntad libre”.


Parte de su obra, se desarrolló a lo largo de la Primera Guerra Mundial, a la que se opuso vigorosamente. En sus escritos, polemizó sobre este tema al igual que sobre otros tales como la espontaneidad de las masas y la necesidad de su organización con Lenin, máximo referente por aquellos tiempos de la Segunda Internacional. Sus discusiones, a veces muy duras, no significaron jamás el rechazo de uno de ellos por el otro. Ambos se consideraron mutuamente y por siempre, socialistas revolucionarios.
Sus postulados antiimperialistas entre los cuales se cuenta la afirmación: “estamos situados hoy ante esta elección: o bien el triunfo del imperialismo y decadencia de toda civilización como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, un enorme cementerio; o bien victoria del socialismo, es decir, de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método de acción: la guerra” fueron fundamentales en la oposición a los intereses belicistas de las potencias capitalistas de principios del siglo pasado.
El triunfo de la Revolución Rusa en octubre de 1917, significó la chispa que comenzó a extenderse por toda Europa. En Alemania, pronto surgieron las revueltas y manifestaciones obreras producto de la disconformidad respecto de las acciones del gobierno de la República de Weimar. Rosa y Karl Liebknecht se pusieron entonces al frente de la Liga espartaquista.
En el marco de este proceso, Rosa modifica algunos de los conceptos sobre espontaneidad, organización y conducción del movimiento asegurando: “La ausencia de una dirección, la inexistencia de un centro encargado de organizar a la clase obrera berlinesa, no pueden aceptarse por más tiempo. Si la causa de la revolución debe progresar, si la victoria del proletariado y el socialismo deben ser algo más que un sueño, es necesario que los obreros revolucionarios creen organismos dirigentes capaces d
e guiar y de utilizar la energía combativa de las masas”.
Explica el académico argentino Néstor Kohan, “al dirigir en 1918 y 1919 el levantamiento de los trabajadores insurrectos, se ganó el odio no sólo de la derecha. Siguiendo órdenes de Ebert, Scheidemann y Noske –dirigentes del Partido Socialdemócrata- los soldados alemanes la capturaron y la mataron”.
La rebelión protagonizada por los espartaquistas, fue derrotada el 6 de enero de 1919 y sus líderes asesinados diez días más tarde -mientras eran llevados a la cárcel- por miembros de los freikorps o cuerpos francos, formación paramilitar ultranacionalista que serviría posteriormente de base a los grupos de asalto nazis. El cuerpo de Rosa Luxemburgo, fue arrojado a un río desde un puente. Allí aparecen cada enero, infinidad de flores rojas.

POSTEADO POR VALERIA

sábado, 6 de septiembre de 2008

A MODO DE DISCULPAS...

Inconvenientes técnicos con nuestro servidor de internet nos han obligado a mantener este blog inactivo durante varias semanas , pero ya solucionados los mismos esperamos en los proximos dias actualizar LA HOJA VOLADORA con el material que nos caracteriza y en esta nueva etapa dedicandole más espacio a las actividades del PARTIDO SOCIALISTA DE ESPERANZA, en vista al considerable crecimiento que se a manifestado en el mismo durante los ultimos meses y a la rica y variada actividad que se desarrolla en su seno.