No hay soluciones tecnológicas a las contradicciones del capitalismo
La productividad del trabajo mide el volumen de bienes y servicios producido por hora de trabajo y constituye entonces una buena aproximación del grado de desarrollo de las fuerzas productivas; ella juega un rol decisivo en la dinámica del capitalismo. Por cierto, el análisis marxista clásico descompone la tasa de ganancia en dos elementos: la tasa de explotación y la composición orgánica del capital; pero estas dos magnitudes dependen a su vez de la productividad del trabajo. La tasa de explotación depende de la evolución del salario, y la eficacia del capital de la del capital por cabeza, relacionada en uno y otro caso con la productividad del trabajo. De manera sintética, se puede decir que la tasa de ganancia va a aumentar o a bajar según que el aumento del salario real se compense o no por el mejoramiento de la "productividad global de los factores", definida como un promedio ponderado de la productividad del trabajo y la productividad del capital.
Paradójicamente, es entre los partidarios de la "nueva economía" que se asiste al resurgimiento de un marxismo vulgar, por el cual la técnica decide todo. Ya que hay nuevas tecnologías, entonces debe haber allí más productividad, más crecimiento y más empleos. Es sobre este razonamiento simplista que se ha construido la teoría del "capitalismo patrimonial", adelantada por Michel Aglietta . Su hipótesis fundamental era que la "economía neta" iba a procurar al capitalismo una fuente renovada de productividad, permitiendo estabilizar la tasa de ganancia a un nivel elevado mientras distribuye una parte del producto, ya no bajo forma de salario sino de remuneraciones financieras. Es entonces en la más bella tradición de un marxista de 
Evidentemente, nadie pensaría en negar la amplitud intrínseca de las innovaciones en el terreno de la información y de la comunicación, pero son los otros eslabones del razonamiento los que causan problemas. Un premio Nobel, Robert Solow, incluso dio su nombre a una paradoja que consistía justamente en observar que la informatización no daba lugar a las ganancias de productividad esperadas. Aparentemente, el reciente ciclo de crecimiento de Estados Unidos puso fin a esta paradoja, ya que se ha registrado un salto en las ganancias de productividad. Esto sería la base sobre la cual podría iniciarse una nueva fase de crecimiento larga. Pero este pronóstico se choca con tres incertidumbres. La primera se refiere a la durabilidad del fenómeno en el mismo Estados Unidos: ¿se trata de un ciclo high tech, limitado en el tiempo? ¿La difusión de ganancias de productividad puede ganar el conjunto de los sectores? La segunda duda, aún más fuerte, concierne a la extensión posible de este modelo al resto del mundo, en la medida en que él se basa en la capacidad particular de Estados Unidos para drenar los capitales provenientes del mundo, en contrapartida de un déficit comercial que se hunde año tras año. Finalmente, y sobre todo, uno debe preguntarse sobre la legitimidad del modelo social, desigual y regresivo, asociado a estas transformaciones del capitalismo.
Estos interrogantes pueden ser esclarecidos por otra constatación: la inversión de la "nueva economía" proviene, muy clásicamente, de una baja de la tasa de ganancia. Por eso un economista que, sin embargo, tiene muy poco que ver con el marxismo pudo afirmar: "Marx is back" . El aumento de productividad fue pagado caro con una sobreinversión finalmente costosa, que ha conducido a un aumento de la composición orgánica del capital, mientras que la tasa de explotación termina por bajar.
Ganancias de productividad e intensificación del trabajo
Es otra manera de cuestionar el lazo entre innovaciones tecnológicas y ganancias de productividad, mostrando que estas últimas resultan de métodos muy clásicos de intensificación del trabajo. Las transformaciones inducidas por Internet, para tomar un ejemplo, no tienen más que un rol accesorio en la génesis de las ganancias de productividad. El encargo en línea hace ganar al menos una jornada con relación al llenado de un formulario o a la consulta de un catálogo, para una reactividad que es, raramente, superior. Lo que ocurre enseguida depende esencialmente de la cadena de ensamblaje y de la capacidad de poner en marcha una fabricación modular, y la viabilidad del conjunto se basa, al fin de cuentas, en la calidad de los circuitos físicos de abastecimiento. A partir del momento en que no son transmisibles por Internet, las mercancías encargadas deben circular en sentido inverso. Lo esencial de las ganancias de productividad no se deriva, entonces, del recurso a 
Muchos de los análisis del capitalismo contemporáneo adoptan así una representación ideológica de la técnica, que obstaculiza constantemente un estudio razonado de lo que es verdaderamente nuevo. Esta ideología es tanto más poderosa cuanto que toma apoyo en la fascinación ejercida por tecnologías efectivamente prodigiosas. Pero, de golpe, sesga todas las interpretaciones en el sentido de una subestimación sistemática del rol del proceso de trabajo. Que sea deliberada o no, el resultado es alcanzado cuando las apuestas sociales de nuevas tecnologías son arrojadas entre bastidores, a las filas de las viejas cuestiones sin interés. Se fabrica así una representación del mundo, en que los trabajadores de lo virtual se convierten en el arquetipo del asalariado del siglo XXI, mientras que la puesta en marcha por el capital de estas nuevas tecnologías fabrica al menos tantos empleos poco calificados como puestos de informáticos. A pesar de todos los discursos grandilocuentes sobre los stock options y la asociación de estos nuevos héroes del trabajo intelectual a la propiedad del capital, las relaciones de clase fundamentales son siempre relaciones de dominación. La desvalorización permanente del status de las profesiones intelectuales, la descalificación ininterrumpida de las profesiones del conocimiento, tienden a reproducir el status de proletario, y, así, se oponen totalmente a inocentes esquemas de ascenso universal de las calificaciones y de emergencia de un nuevo tipo de trabajador.
Por cierto, se puede confiar en los nuevos empresarios para reducir al mínimo sus gastos y para buscar imponer sus extravagantes reivindicaciones en materia de organización del trabajo. Sin embargo, debería ser evidente que muchos proyectos no podían acceder a la rentabilidad. Es que se han demostrado las múltiples quiebras de los prometedores start - ups. Son argumentos muy clásicos de rentabilidad los que han alcanzado a la "nueva economía" y decidido la viabilidad de estas empresas. El recurso a nuevas tecnologías no era una garantía en sí, ni un medio mágico de escapar a las obligaciones de la ley del valor.



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