lunes, 26 de mayo de 2008

SOBRE LA TEORIA DEL VALOR 4º PARTE

Las nuevas mercancías

Más bien que por el recurso al "conocimiento", el capitalismo contemporáneo se caracteriza, en un creciente número de sectores, por una estructura particular de costos:

Un aporte de fondos inicial importante y concentrado en el tiempo, en donde los gastos de trabajo calificado ocupan un lugar creciente;
una desvalorización rápida de las inversiones que, por lo tanto, es necesario amortizar y rentabilizar en un período corto;
costos variables de producción o de reproducción relativamente débiles;
la posibilidad de apropiación casi gratuita de la innovación o del producto (programa, obra de arte, medicamento, información, etc.)

Todo esto no debería plantear ningún problema a priori: la valorización del capital pasa por la formación de un precio que debe cubrir los costos variables de la producción, la amortización del capital fijo calculada en función de la duración de su vida económica, más la tasa media de ganancia. Cuando la innovación permite producir más barato las mismas mercancías, el primer capital en ponerlo en obra se beneficia con una prima, o una renta (una plusvalía "extra", dijese Marx) que retribuye transitoriamente el avance tecnológico. Sus competidores son llevados a introducir la misma innovación, con el fin de beneficiarse ellos también con estas superganancias, o simplemente, para resistir la competencia.

Una dificultad suplementaria aparece cada vez que las firmas competidoras pueden nivelarse a un costo muy reducido, porque esta posibilidad tiene como efecto desvalorizar instantáneamente el capital que correspondía al aporte de fondos inicial. Una característica del capitalismo contemporáneo es precisamente, la reproductibilidad a bajo costo de un número creciente de mercancías y esta es otra característica de las mercancías "virtuales" que plantea problemas particulares a las exigencias de rentabilidad. De manera estilizada, estas mercancías necesitan una inversión de concepción muy fuerte, pero su producción es inmediatamente casi gratuita. Del último CD de Michael Jackson a la más reciente molécula anti SIDA, se puede dar numerosos ejemplos de esta configuración. Ahora bien, esto entra en contradicción con la lógica de rentabilidad del capital, a causa de otra verdadera novedad. Una vez que el producto ha sido concebido, el aporte de fondos ya no es necesario para los nuevos entrantes, piratas de programas o fabricantes de medicamentos genéricos. No es este caso particular el de la mayoría de las mercancías: por cierto, se puede copiar el modelo o el procedimiento, pero esto no reduce los costos de producción en la misma proporción, porque todavía es necesario fabricar el producto o hacer el servicio, y equiparse o ajustarse para eso. La marca, el prestigio y la publicidad lograrán, en mayor o menor medida, rentabilizar el aporte de fondos inicial. Pero con los nuevos productos, el fenómeno cambia de naturaleza. Si yo pudiera copiar y vender sus programas a precio de costo, obtendría el mercado, y reduciría a nada las inversiones de Microsoft.

Una noción vecina es la de indivisibilidad, retomando la expresión utilizada con respecto a los servicios públicos. Se aplica bien a la información: una vez producida, su difusión no priva a nadie de su gozo, contrariamente, por ejemplo a un libro, que no puedo leer si lo he dado o prestado. En la medida en que las nuevas tecnologías introducen semejante lógica, aparecen como contradictorias con la lógica mercantil capitalista. Potencialmente, el capitalismo ya no puede funcionar, en todo caso, no con sus reglas habituales. Rullani tiene razón cuando dice que el valor del conocimiento no depende de su rareza sino que "se deriva únicamente de las limitaciones establecidas, institucionalmente o de hecho, al acceso del conocimiento". Para valorizar esta forma de capital, paradójicamente hay que "limitar temporariamente la difusión" de lo que le ha permitido ponerlo a punto, o también "reglamentar el acceso". La actualidad está llena de ejemplos que ilustran este análisis, se trate de Microsoft, de Napster o de proyectos de CD no reproducibles para responder a las copias piratas. Como también dice Rullani, "el valor de cambio del conocimiento está entonces totalmente ligado a la capacidad práctica de limitar su libre difusión. Es decir, limitar con medios jurídicos (patentes, derechos de autor, licencias, contratos) o monopolistas, la posibilidad de copiar, imitar, reinventar, aprehender los conocimientos de otros".

Pero admitamos incluso una amplia difusión de este nuevo tipo de productos potencialmente gratuitos. Más que la emergencia de un nuevo modo de producción, el análisis precedente muestra que hay que ver aquí la brecha de una contradicción absolutamente clásica entre la forma que toma el desarrollo de las fuerzas productivas (la potencial difusión gratuita) y las relaciones de producción capitalistas que buscan reproducir el status de mercancía, a contrapelo de las potencialidades de las nuevas tecnologías. Encontramos aquí la descripción adelantada por Marx de esta contradicción mayor del capital: "por un lado, despierta todas las fuerzas de la ciencia y de la naturaleza, así como las de la cooperación y circulación social, con el fin de volver la creación de riqueza independiente (relativamente) del tiempo de trabajo utilizado por ella. Por otro, pretende mesurar las gigantescas fuerzas sociales así creadas según el marco del tiempo de trabajo, y encerrarlas en los estrechos límites, necesarios al mantenimiento, como valor, del valor ya producido. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales - simples caras diferentes del desarrollo del individuo social - aparecen únicamente al capital como medios para producir a partir de su base estrechada. Pero, de hecho, son condiciones materiales, capaces de hacer estallar esta base".

Porque olvida estas contradicciones entre nuevas tecnologías y ley del valor, la teoría del "capitalismo cognitivo" se basa, por lo tanto, en un contrasentido fundamental. Examina una nueva fase del capitalismo dotada de una lógica específica y de nuevas leyes, en particular en la determinación del valor. Fascinada por su objeto, la escuela cognitiva presta así al capitalismo contemporáneo una coherencia de la que está lejos de disponer, y se sitúa a su manera en una cierta lógica regulacionista que postula una infinita capacidad del capitalismo para renovarse. En su último libro, André Gorz , tiene una fórmula que resume de maravilla la incoherencia de estas teorías: "el capitalismo cognitivo, es la contradicción del capitalismo". Las mutaciones tecnológicas muestran que este modo de producción, como lo consideraba Marx, "ha alcanzado en su desarrollo de las fuerzas productivas una frontera, pasada la cual no puede sacar plenamente partido de sus potencialidades más que superándose hacia otra economía".

Es entonces, el capitalismo, y no sus análisis marxistas, el que confina a la economía a la esfera del valor de cambio, en el que el valor - riqueza no está allí más que como un medio. Y más bien es su mayor debilidad que el hecho de tener cada vez más dificultad en dar una forma mercantil a valores de uso nuevos, inmateriales y potencialmente gratuitos. Es entonces, sobre la base de un contrasentido, que los teóricos del capitalismo cognitivo se reclaman de Marx, y particularmente, de las páginas de los Grundrisse, en donde aborda estas cuestiones y que acabamos de comentar. La conclusión de Marx es, en efecto, que para salir de esta contradicción, "es necesario que sea la propia masa obrera la que se apropie de su plustrabajo". Y es únicamente "cuando ella ha hecho esto" (dicho de otro modo, la revolución social) que se llega al punto en que "no es en ningún modo el tiempo de trabajo, sino el tiempo disponible lo que es la medida de la riqueza".

No hay comentarios: