La euforia bursátil y las ilusiones creadas por la "nueva economía" han dado la impresión que uno podía "enriquecerse mientras dormía", en resumen, que las finanzas se convertían en una fuente autónoma de valor. Estos fantasmas típicos del capitalismo no tienen nada de original, y en Marx se encuentran todos los elementos para hacer la crítica de esto, sobre todo en sus análisis del Libro 2 de El Capital, dedicados al reparto de ganancia entre interés y ganancia de empresa. Marx escribe, por ejemplo, que: "en su representación popular, el capital
financiero, el capital que aporta el interés es considerado como capital en sí, el capital por excelencia". En efecto, parece capaz de procurar un ingreso, independientemente de la explotación de la fuerza de trabajo. Por eso, agrega Marx, "para los economistas vulgares que tratan de presentar al capital como fuente independiente de valor y de creación de valor, esta forma es algo interesante, evidentemente, ya que vuelve irreconocible el origen de la ganancia y otorga al resultado del proceso de producción capitalista - separado del proceso mismo - una existencia independiente".
El interés y, en general, las rentas financieras, no representan el "precio del capital" que estaría determinado por el valor de una mercancía particular, como puede ser el caso del salario para la fuerza de trabajo; él es una clave de repartición de la plusvalía entre capital financiero y capital industrial. Esta visión "sustractiva", en el que el interés es analizado como una sangría sobre la ganancia se opone totalmente a la visión de la economía dominante, la que Marx ya calificaba de "vulgar", y que trata del reparto de la renta según una lógica aditiva. En la visión apologética de esta rama de la economía, la sociedad es un mercado generalizado en la que cada uno viene con sus "dotaciones" para ofrecer sus servicios en él bajo la forma de "factores de producción". Algunos tienen para proponer su trabajo, otros, tierra, otros, capital, etc. Esta teoría no dice nada de las hadas madrinas que han procedido a la atribución a cada "agente" de sus dotaciones iniciales, pero la intención es clara: la renta nacional se construye por agregación de los ingresos de los diferentes "factores de producción", según un proceso que tiende a hacerlos simétricos. La explotación desaparece, ya que cada uno de los factores es remunerado según su propia contribución.
Este tipo de esquema tiene ventajas, pero presenta también dificultades. Por ejemplo, generaciones de estudiantes de economía aprenden que "el productor maximiza su ganancia". Pero ¿cómo se calcula esa ganancia? Esta es la diferencia entre el precio del producto y el costo de los medios de producción, por lo tanto, los salarios, pero también el "costo de uso" del capital. Este último concepto relativamente reciente resume por sí solo las dificultades de operación, ya que depende del precio de las máquinas y de la tasa de interés, a la vez. Pero si las máquinas han sido pagadas y los intereses percibidos, ¿cuál es la ganancia que se maximiza? Pregunta tanto más interesante cuanto que esta ganancia, una vez "maximizada" es nula. Y si no lo es, tiende hacia el infinito, y la teoría neoclásica del reparto se hunde, ya que la renta se vuelve superior a la remuneración de cada uno de los "factores". Para la economía dominante, la única manera de tratar esta dificultad es cortarla en pedazos y aportar respuestas diferentes según las regiones a explorar, sin asegurar nunca una coherencia de conjunto, que no podría darse más que por una teoría del valor de la que no dispone. Para resumir estas dificultades, que llevan a la discusión de Marx, la teoría dominante oscila entre dos posiciones incompatibles. La primera consiste en asimilar el interés a la ganancia - y el capital prestado al capital comprometido - pero deja sin explicación la existencia misma de una ganancia de empresa. La segunda consiste en distinguir las dos, pero, de repente, se prohibe la producción de una teoría unificada del capital. Toda la historia de la teoría económica burguesa es la de un ir y venir entre estas dos posiciones contradictorias.
La teoría del valor es, entonces, especialmente útil para tratar correctamente el fenómeno de la financierización. Una presentación ampliamente difundida consiste en decir que los capitales tienen permanentemente la alternativa de invertirse en la esfera productiva o de colocarse en los mercados financieros especulativos, y que arbitran entre los dos en función de rendimientos esperados. Este enfoque tiene virtudes críticas, pero tiene el defecto de sugerir que hay allí dos medios alternativos de ganar dinero. En realidad, uno no puede enriquecerse en 
Desde un punto de vista teórico, las corridas de
¿Fin del trabajo, y entonces, del valor - trabajo?
Una de las objeciones dirigidas clásicamente a la teoría del valor es que los salarios representan una fracción cada vez más reducida de los costos de producción (del orden del 20%). En estas condiciones, se hace difícil mantener que el trabajo es la única fuente de valor. Sin embargo, este enfoque no resiste examen y basta plantear una simple pregunta: ¿a qué puede corresponder ese 80% de los costos no salariales en la fabricación de un automóvil? Si se examinan las cuentas de una sociedad, encontraremos sobre todo un puesto titulado compras intermediarias, que puede efectivamente, superar la masa salarial. Pero, si uno es marxista ¿podemos detenernos aquí y no examinar esta rúbrica más de cerca? Se encontrarán, por ejemplo, compras de chapas a la industria siderúrgica, o de neumáticos, o de retrovisores, etc., a los que se denomina equipamientos. ¿Pero se trata de costos no salariales? Evidentemente no, porque el costo de estos suministros incorpora en sí mismo trabajo asalariado, es el ABC de la teoría del valor - y simplemente de la contabilidad nacional. La baja de salarios directos corresponde igualmente a una externalización de ciertos servicios (del mantenimiento a la investigación) o a la entrega a la subcontratación de ciertos segmentos productivos. Entonces, es necesario consolidar, y tomar en cuenta, el trabajo incorporado en los precios de todas estas prestaciones. Así se obtiene una parte de los salarios con valor agregado, que ha bajado, ciertamente, pero que hoy representa alrededor del 60% para el conjunto de las empresas. Estas cifras permiten verificar que la fijación de los patrones sobre la masa salarial no tiene nada de irracional sino que corresponde a una concepción muy pragmática de la relación de explotación, en este caso más lúcida que la que consiste en sorprenderse de semejante obstinación.



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